Era ya un comentario general en la oficina F. entre las comadres y clientas que iban a la «pulpería», que todas las noches se veía pasar por debajo de los andamios que sostienen las bateas de salitre, una mujer vestida de negro, casi siempre lo hacía a media-noche y tenía en un credo a la cuadrilla de «cargadores» que trabajaba en las canchas de salitre, cuyo turno, debido a sus pesadas labores lo hacían a esas horas, a fin de evitar las asfixiantes canículas del día. «La Viuda» la bautizaron, y todos le temían.
Se contaba y adornaban sus apariciones en diferentes tonos, según la fecundidad demente del narrador, era muy alta, flaca y no se le podía ver el rostro. La cuadrilla de cargadores que tenían por costumbre llevar en sendos tarros parafineros, que en la época que aconteció éstos aún existían, el café, recargándolo con bastante «malicia» (aguardiente), una noche que se sobre-pasaron más de la cuenta, optaron por esperar a La Viuda, y para ello acordaron una vez servidas sus raciones llenar con «agua vieja» (caldo de salitre) los tarros y se decidieron a darle un baño nocturno, saliera lo que saliera; lo más timoratos e ingenuos decían que les traería mala suerte, pero triunfaron los más decididos y así quedó convenido. Esperaron por donde era costumbre aparecer la terrorífica sombra, llegando la media-noche divisaron que apresuradamente atravesaba «La Viuda» su camino donde hacía un claro el andamiaje, los cargadores agazapados, unos persignándose y otros clamando beatífica «Santa María», lanzaron el agua sobre la infortunada Viuda. Unos gritos agudos y las carreras de los cargadores para regresar al sitio de sus faenas. Guardaron el «secreto» de su picardía, y nada comentaron durante varios días, hasta que supieron una noticia en el Campamento, la señorita Libretera estaba con una fuerte bronca-neumonía y muy afectada a la vista. No cabía duda, La Viuda remojada con el fuerte caldo del salitre estaba sintiendo los efectos del incómodo baño nocturno. Estuvo muy mal, hasta que por fin salió a su trabajo uno de los cargadores que fue de los primeros en encaminarse a cobrar su «suple» (parte del salario) y le dijo socorronamente:
«Mejor que se case mi hijita, para otra vez le puede dar la pulmonía doble trabajando tanto….»
Desde aquella noche no se divisó más a la Viudita ir a pasos apresurados hacia la Administración.
J.D.G. Mapocho, Marzo de 1949.
Tomado de Almanaque Regional 1951
Pág. 111 y 112