La Pampa como le decimos al desierto, concepto que nos evoca algo tan desolado y árido es también sinónimo de vida, de gente, de recuerdos, de danza, de fe… de sentir. La Pampa salitrera ha sido el escenario en donde gran parte de lo que somos como Tarapaqueños se ha forjado, en donde varias generaciones de aquellos orgullosamente llamados «pampinos» han dejado su legado y su vida, trabajando en las calicheras, bailando movidos por la fe en la Chinita o cultivando la tierra en donde supuestamente no crece fruto alguno. La prensa también da testimonio que en este seco lugar llamado La Pampa ha crecido un sin número de historias y vivencias de la gente pampina.
»El Gaviota»
En cada oficina salitrera, había un club deportivo. En cada una de estas unidades instaladas en medio del desierto, los trabajadores una vez terminada sus faenas, se organizan para jugar a la pelota. Los fines de semanas en viejos camiones, en tren o simplemente a pie, se desplazaban de una oficina a otra, para competir. Había que ser duro para jugar. El suelo salitroso obstaculizaba el desplazamiento. Y ni que hablar de aquel que caía al suelo. El arquero era quien más sufría. La cancha podría tener las dimensiones más grandes que se pudiera imaginar. Los arcos eran productos más de la imaginación que a otra medida exacta.