Las oficinas salitreras eran cada una un mundo aparte, pues no sólo contaban con reglamentos independientes entre sí, sino que las largas distancias y la aridez del desierto, dificultaban el contacto entre oficinas. Sin embargo, el contexto desértico es una común denominador entre las oficinas salitreras, por lo que la vida, y el fin de ella, en la pampa tienes ciertas particularidades que la distinguen. La relación entre las flores y los muertos es bien conocida, ya sea para velar al fallecido, para su entierro, o incluso para visitar su tumba. Simbolizan el cariño al muerto y canalizan el dolor del luto, siendo un objeto tangible que refleja un sentimiento abstracto. Esta tradición centenaria no está ajena al contexto pampino, pero sí ha tenido una transformación necesaria que dio paso a un oficio muy particular.
El agua y el sol son las dos necesidades básicas para dotar a una flor de una flor, pero en la inmensidad de la pampa escasea la primera y el segundo se hace notar con toda su intensidad. Entonces, ¿Cómo hicieron los pampinos para mantener el uso de las flores para sus muertos? Pues la respuesta es mucho más simple de lo que podría pensarse, pero a la vez mucho más viable que flores propiamente tal. En base a papel, lata y alambres, además de otros materiales reciclados, las mujeres pampinas empezaron a desarrollar la tradición de confeccionar flores artificiales. Y no sólo flores, también coronas, ramos, arreglos florales y cualquier cosa que la imaginación y los materiales permitieran. Así nació este oficio, que gracias a un paisaje compartido, se expandió en todo el mundo pampino. Desconocemos cuándo, dónde o de la mano de quién nació la tradición de las flores de lata y papel, pero es un hecho que estuvo presente en toda la pampa, dándole colorido y distinción a los cementerios pampinos.
Esta tradición dura hasta nuestros días, y sin duda es parte de nuestro patrimonio regional porque, paradójicamente, mantiene vivo nuestro vinculo con la muerte pampina. Aún existen cementerios en medio del desierto que son reconocibles a distancia por ser verdaderos oasis de papel y lata. Los antiguos pampinos, hoy asentados en las urbes de la región,
año a año asisten a las otrora salitreras a rendirle tributo a sus muertos, especialmente con flores artificiales, dotando de vida el lugar de los muertos.
De la mano de los pampinos y pampinas que bajaron a la ciudad una vez que el auge salitrero llegó a su fin, trajeron consigo sus tradiciones, incluida la de las flores. Así, podemos ver los cementerios de Iquique con una que otra flor de lata o papel, siendo el testimonio de un pasado que no ha perdido su sentido, sólo ha sabido adaptarse a nuevos tiempos.