Una de las historias más clásicas se remonta a la tarde del jueves dos de febrero de 1956, cuando Julio Riquelme, abordó el tren Longitudinal Norte en La Calera para asistir al bautizo de su nieto en la ciudad de Iquique. Nunca llegó a su destino y su rastro se perdió por mas de cuarenta y tres años en la inmensidad de la pampa. Los restos de este hombre se convirtieron en verdadera leyenda, dando paso a libros y hasta películas.
La última vez que lo vieron, fue arrojándose desde el convoy a la altura de la estación de Los Vientos, unos cien kilómetros al sur de Antofagasta. Aparentemente agobiado por problemas personales y de salud, decidió saltar del tren, y ahí, tirado en el suelo, quedó inconsciente. Dicen que cuando despertó, en una especie de suicidio, se internó sin rumbo hacia la nada infinita.
Recién en enero de 1999, los huesos blanquecinos de Riquelme, aparecieron de cara al sol, en medio del desierto solitario, abandonado junto a sus pertenencias. Hoy descansa en el Cementerio N° 3 de Iquique.
Version de Nancy Monterrey Caro.
En: Juan García Ro (2015). Leyendas del Norte Profundo (p.32 y 33). Vallenar: Ediciones Mediodía en Punto.