La bruma sobre Iquique
y en la niebla espesa el fogonazo...
Quizás después de cenar o reír
de recordar la cama en Ninhue
y la tarde perfumada de álamos,
sobrevino ese temblor de arrepentirse,
de abrazar al enemigo y darle agua
y cantar sobre la nave una canción de cuna.
Pero era tarde, era lunes,
en la espada brillaba la muerte
con sus dientes niquelados.
Los marinos lloraban su lágrima de algas,
mientras se acercaban las naves
y en el arrebato de la sangre
donde pensar es lo mismo que el coral,
cayó en 21 desmayos la tarde herida de pólvora.
Pedro Marambio Vásquez