Palangana. «Y he aquí que a la ya un poco madura señorita Irene, el espectáculo le nublaba la vista y le repercutía las entrañas.
Era alta y magra, morena como el bronce claro, con los ojos vivos y ardorosos y una bella dentadura. Cuando miraba a Mister Archy, parecía crepitar. Sus risas alborotaban el patio y venía con una palangana de agua helada para empapar los músculos cansados del mocetón. Lo hacía con ambas manos, palpando mucho, amasando casi. Y ni risas ni bromas habían podido disimular ante Jenny cierto frenesí» (Tamarugal. Eduardo Barrios, 1944: 36).
Paletó. «El cambio sin transición de la arenga a la cuchufleta provocó nuevas carcajadas, que se interrumpieron bruscamente, pues una mano potente lo cogió del paletó y lo hizo desaparecer en el grupo. Un conato de lucha y un débil quejido, evidenció que Foforofó había sido tranquilizado” (Caliche. Luis González Zenteno, 1954: 183).
“-Qué se pierde –reiteró Garrido-, con hacerle un valiente empeño… -Y sacándose el paletó, lo tiró encima de la carga. –Súbase al volante» (Los Pampinos. Luis González Zenteno, 1956: 168).
Pallasá. «A las cinco, el maestro Tornería se sentó en la pallasá, encendió un cabo de vela afirmado en un tarro duraznero, y se restregó los ojos bostezando.
-¡Por la puta! –protestó Ureña, cubriéndose la cabeza con la frazada-. Todavía no nos acostamos y ya se levanta usted» (Los Pampinos. Luis González Zenteno, 1956: 178).
Parihuelas. «Cavando un hoyo con sus manos ensangrentadas, lo encontraron unos indios y lo salvaron. Antonio Platero, el jefe de la comunidad, le administró a pequeñas dosis, leche de burra, hervida con hojas de coca, lo acomodó en unas parihuelas improvisadas y lo hizo llevar a pulso a Cahuisa, caserío inmediato. Dos semanas permaneció inconsciente Carlos Garrido, presa de terribles fiebres y horrendas pesadillas…» (Los Pampinos. Luis González Zenteno, 1956: 198).
Pasatiempo. «Al tranvía subieron entre ellas Mister Archy y el Hombre; luego, el pasatiempo –pampina traducción de timekeaper- Miguel, un muchacho recién crecido y pelicastaño, cuya cara reía diverso de las otras caras: bajando las comisuras en vez de subirlas, subiendo sobre el ojo del párpado inferior y no entrecerrando ambos como todo ser normal» (Tamarugal. Eduardo Barrios, 1944: 51).
«Pata de Cabra». «Perno Duro, el rostro convertido en bofe, se levantó echando mano a la faja. El Huacho era ahora una perfecta fiera. Levantó una pierna y pateó la diestra del enemigo.
El “pata de cabra” salió disparado lejos de entre sus dedos malogrados.
-¡Ven con cuchillo aquí, mierda!…» (La Luz Viene del Mar. Nicomedes Guzmán, 1963: 149).
Patezuelo. «Sofía lavaba. La sucia ropa del intendente y su familia, al igual que la del cónsul chino, se estrujaban semana a semana en su artesa, y esta vez la mujer la enjuagaba con esa inquietud dolorida y ese presentimiento tenebroso que la naturaleza insinúa en las almas que han padecido mucho, cuando se avecina una catástrofe. El patezuelo de piedrecilla y desechos de carbón, llagado por las pozas de lavazas, se nutria de luz opaca, pesada, de plomo. El aire caliente rondaba entre las cosas, alzaba de súbito las polleras de Sofía» (La Luz Viene del Mar. Nicomedes Guzmán, 1963: 63).
«Pelegrinos». «Afuera, sonaban tambores, pitos, quenas, zampoñas, flautas y punzas, a cuyos ritmos dispares los danzantes de las diversas cofradías iban avanzando hacia la iglesia, turnándose para la ejecución de los himnos y ofrendas frente a la patrona divina.
Competían en vestimentas y galas los morenos, los chinos, los cuyacos, los lacas, los chunchos, los pieles rojas cruzados, los «pelegrinos» (La Luz Viene del Mar. Nicomedes Guzmán, 1963: 169).