La matanza de La Coruña ocurrió los primeros días de junio del año 1925 en el Cantón Sur, en el Alto de San Antonio. Los obreros organizados decidieron ir una vez más a la huelga para satisfacer sus demandas. Había en toda la región de Tarapacá un movimiento huelguístico. De hecho en Marzo y Abril los obreros ferroviarios, marítimos y salitreros estuvieron en huelga. Las peticiones eran entre otras: aumento de salarios, jornada laboral de ocho horas, el pago de horas extras y el reconocimiento de la organización sindical, etc. Los hechos ocurridos en La Coruña so relatados por el escritor iquiqueño Luis González Zenteno en la novelaLos Pampinos. El relato coincide en su mayoría con lo que entrega la historiografía, como por ejemplo la de Alberto Harambour (1998: 183). He aquí el relato:
«La situación no podía ser más crítica. Estaban condenados a entregarse o morir. Pero la entrega era también la muerte.
-Por mi- declaró Garrido, succionando ávidamente la colilla del cigarro que se quemaba entre sus dedos-, podría ir y decirles: «Aquí estoy. No tengo miedo. ¿He delinquido? Pago. Pago».
-Esa no es la solución -objetó Jaime Bravo.
-¿por qué -inquirió él, disparando el pucho por encima de la gente-. ¿No soy acaso el jefe de la insurrección, el Comisario del Soviet? Aquí está «El Nacional» de ayer. Impónganse. -Y extrajo de uno de los bolsillos de sus pantalones un diario arrugado.- Es la última palabra. «Montado en un caballo blanco -leyó-, botas de montar, traje de terciopelo negro y gorro de astracán rojo, es el amo de la oficina. Dos pistolas al cinto respaldan sus órdenes. Al que no obedece, bala con él. Así mató al pulpero señor Luis Cervera, distinguido miembro de la colectividad española, y así hirió gravemente al Agente Viajero señor Pedro Olivares». ¿Qué tal?.
Sus interlocutores callaban.
-Yo- prosiguió él, planeé el levantamiento no sólo de esta oficina sino de todas. ¿Con qué fin? Soy tan imbécil que estoy convencido que se puede derrotar al ejército, a la marina, a la aviación, socializar las salitreras e implantar nuestro propio sistema de gobierno. ¡no, no! ¡Basta de pamplinas! ¡Basta!.
Después de consultar al pueblo, Garrido le propuso el plan:
«A unos doscientos metros de distancia de la usina, mirando hacia el Alto de San Antonio, cavarían una zanja circular de un metro de hondura donde se apostarían brigadas suicidas. Esta zanja, en lo posible debería estar comunicada con una construcción sólida, la Casa de Fuerza o el depósito de las chancadoras, por ejemplo, para los efectos del abastecimiento. Los hombres, provistos de fusile y revólveres, se apostarían en la cima de los ripios, parapetados tras las tolvas de fierro y desde ahí vigilarían el avance de las tropas y obstaculizaría sus maniobras».
El ambiente preparatorio era intenso:
«El vértigo de la actividad poseía a los obreros. Sonaban los chuzos, las palas, las picotas, los combos, los martillos; ardían las fraguas, se quejaban los yunques, chirriaban las zorras cargadas de materiales. El concierto del trabajo elevaba su ruda sinfonía, su acelerado palpitar de corazones y de voluntades».
A lo lejos se divisa que viene gente:
«La multitud avanzaba lentamente, envuelta en una nube de tierra. Niños gimoteantes, mujeres asustadas, hombres intranquilos y maltrechos, abuelos derrengados, de piernas envardas, que oteaban ansiosos un lugar de descanso; humanidad triste, desalentada, hambrienta que conducía en parihuleas improvisadas cuatro o cinco heridos, y en carretillas o al hombro su mísero ajuar».
Era gente que venía huyendo de la represión militar en otra oficina. Se atropellaban entre si para relatar los horrores vividos.
«- A mi marido lo molieron a culatazos. ¡Jesús! -tartamudeaba otra, masticando su llanto y su saliva».
Luis Garrido el líder de los obreros habló y provocó en los obreros un natural afán de venganza. Pero fue interrumpido:
«… empezaron a tronar los cañones de la cureñas apostadas en un lugar impreciso del Alto de San Antonio.
Y los proyectiles pasaban zumbando sobre la usina, para ir a reventar a unos centenares de metros de las canchas de salitre».
Los obreros bajo la dirección de Luis Garrido:
«Desde la cima de los ripios, los hombres gatillaban sus armas hacia la pampa abierta como una inmensa palma rugosa, surcada de cicatrices, y el negro humo de la pólvora ascendía grácil por sobre la planta, remedando acaso los días cercanos de actividad y trabajo productivo, en que al conjuro de las calderas temblaban los mederámenes, zumbaban las poleas, hervían los cachuchos y trepidaban los chanchos de pesada mandíbulas».
El combate, era por cierto, desigual. Garrido adivinaba lo que venía. Tenía:
«Tensos los músculos, enarcadas las cejas y fieras las pupilas, seguía desde el remate del botadero el desarrollo de los acontecimientos».
Entonces:
«Una granada estalló medio a medio de los fosos e hizo saltar los cuerpos destrozados que pirutearon en el aire, para rodar en confuso revoltijo de sangre y vísceras, imprecaciones y lamentos».
Las explosiones y el ruido de la metralla hizo el resto:
Fue suficiente. El pánico largo tiempo contenido abrió sus esclusas y movilizó a la gente hacia las calicheras. Huían desatentados, volviendo de vez en cuando la cabeza y escuchando el mordiente bramido de la metralla, como una jauría rabiosa en sus talones”.
Por parte del Ejército el Capitán Mella reflexionaba:
“… estos rotos, no hay que darle vuelta, querían manducarse a la patria. Tanto le han predicado que el maximalismo es la solución de sus problemas, que se tiraron el salto… El que no respeta su terruño y su bandera, no merece vivir”.
Garrido y los suyos también pensaban:
“Desgraciadamente, las leyes no la hacen los pobres sino los ricos. Y es lógico que los ricos consideren inviolables sus intereses”.
El combate tuvo el desenlace esperado. Garridos y sus compañeros fueron tomados prisioneros. La pluma de Luis González Zenteno describe así los últimos momentos:
“Pasada la medianoche, un pelotón los sacó de la cuadra donde habían permanecidos amontonados para protegerse del frío, los amarró con fuertes ligaduras de las muñecas, y los empujó a la calle”.
Luis Garrido recordó las tardes de fiestas, aspiró el olor de la noche pampina. Recordó a la Timona , su mujeres y compañera.
Entonces sucedió la matanza:
“Una descarga cerrada los hizo tambalear. Los proyectiles perforaban sus carnes como lancetas de acero.
-¡Asesinos! ¡Ase…!
-¡Ah! ¡Ah! ¡Ahhh!
Las ráfagas de metralla continuaban cayendo sobre los cuerpos arracimados, que pugnaban en vano por levantarse y escapar.-
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El fuego graneado y los bayonetazos, guillotinaron sus lamentos.
En el pueblo cercano un concierto de perros espantados elevaba al cielo las góticas catedrales de sus alaridos.
La obra de teatro
El dramaturgo iquiqueño Iván Vera-Pinto Soto, adaptó la novela Los pampinos y recreó los hechos en esta obra de teatro.
Ver obra de teatro en YouTube: https://www.youtube.com/watch?v=PCXLWvcoQWE