Por Bernardo Guerrero J.:
«En los años 80, leíamos a Benedetti, a Cardenal y escuchábamos al Silvio y al Pablo, entre otros. Nos caminábamos las calles de Iquique, y a veces tropezábamos con las figuras de la Monvel, Arce, Hahn, Massis y de Luis González Zenteno, Nos reuníamos en la Gruta, en Cavancha a soñar con botar al tirano. De paso acompañamos una noche de martes, si mal no recuerdo, al Pelao Gavilán, a fundar el Wagon. Entre otras tantas cosas tratábamos de ser felices. Era el tiempo de la Zofri y de las máquinas de escribir made in taiwán, o sea con teclas de plástico. Era el tiempo del CIREN/CREAR y de Osvaldo Torres que hablaba/cantaba de los aymaras sin imaginarse que luego vendría la Conadi. Conocí y conocimos a la Miriam y a su ayllu con curaca incluido. Soñábamos con tomarnos un vino con Alfredo Zitarrosa para preguntarle por su Stephani. Donde hoy hay un edificio -como no- en las esquina de Orella con Ramírez, hubo una botillería en la que nos abastecíamos de la sangre de la uva. El Blacky nos traía el pescado, y el poeta Ayala, flaco entonces como aguja de coser redes, soneteaba que no es lo mismo que filetear, las palometas que la Corriente del Niño nos ponía en la mesa generosa vestida de hule. Juvenal Jorge Ayala, provisto de su cuaderno de 40 hojas (³A Castilla y a León, nuevo mundo dio Colón²) nos leía sus creaciones. Vestía un paltó azul. Era su carné de identidad». Leer más…