El 9 de noviembre de 1907, un voraz incendio consumió siete manzanas de edificios en Iquique, donde existían numerosos almacenes, litografías, barracas, picanterías, bares, hoteles de tercer orden, veinticuatro casas de remolienda, escuelas públicas, viviendas particulares, el templo de los chinos, etc.
El fuego se inició alrededor de la una y media de la tarde, en una de las casa de la calle Thompson, un poco distante del centro, en los momentos en que en otro sector de la ciudad, la colonia inglesa festejaba el sesenta y seis aniversario del natalicio de Eduardo VII de Inglaterra.
La totalidad de las viviendas eran ocupadas por familias de modestos recursos. Todas las compañías de bomberos -nueve en total- concurrieron a apagar el fuego que se propagó rápidamente, impulsado por el fuerte viento norte que corría en esos momentos y ayudado por la pólvora y la parafina que se guardaba en los almacenes que consumían las llamas.
Los habitantes del sector amagado trataron de salvar sus pertenencias en carretas, carretelas y a pulso. Más de tres horas demoraron los voluntarios bomberiles en apagar el incendio. Una persona murió de la impresión; quedaron alrededor de tres mil damnificados, y las pérdidas se calcularon en un millón de pesos.
La prensa, las colonias extranjeras, principalmente la asiática, los comerciantes, las compañías salitreras de Iquique, de la Pampa, de Pisagua y de Antofagasta, erogaron enormes sumas de dinero para ayudar a los damnificados.
Al día siguiente del siniestro se dio comida a quinientos de los afectados, en el regimiento Carampangue, con los fondos proporcionados por una persona acomodada, de la sociedad iquiqueña.
Esta rica, pero dramática historia de incendios, produjo que la comunidad se organizara para hacerle frente. Y que mejor que crear la Compañía de Bomberos.
Continúa:
«Por otra parte, varias veces ha sido visitado este lugar por calamidades que han sembrado entre los moradores la ruina y el espanto; temblores y desbordamientos del mar; incendios, bombardeos, bloqueo y guerra; nada ha dejado de influir y tener lugar en él. ¿Qué extraño será que, á imitación y por analogía, no corra la misma suerte de Chanabaya ó Chimbote? Aquel, fué arrasado por el mar; y éste, está deshabitado» (Filgueira 1888: 14).
Y agrega:
Desde el año 1860 empezaron á sucederse los incendios; pero no se conserva un dato exacto acerca de ellos, sino desde el año 1873, en el cual tuvo origen el incendio de la Iglesia Matriz, situada en lo que hoy es la plaza Arturo Prat (Filgueira 1888: 14).
Sin embargo, los iquiqueños no se amilanaron:
«Y no obstante tanta calamidad, el genio emprendedor, activo y progresita de los habitantes de Iquique no ha desmayado; y en lugar de empequeñecer la ciudad, va siempre creciendo y hermoséandose, aumentando sus edificios y renovando más cómodamente todo aquello que dé lustre, á fin de que el viajero al pasar por este lugar, lleve una grata idea de su permanencia en la población” (Filgueira 1888: 14).
Los vientos que reinan en Iquique, los cuales influyen de un modo directo sobre la mayor ó menor extensión de un incendio, son: desde las 6 A.M., hasta las 10 de la mañana corre una ligera y tenue brisa del Norte ó N.O. y después sobreviene la calma hasta que, rolando el viento por el Oeste, empieza la virazón del S.S.O. y á veces del Sur, á las 12 M., aumentando en fuerza hasta las cinco de la tarde, hora en que empiezan á declinar. Algunas veces continúa el viento S.S.O. hasta las 7 P.M. pero generalmente de 5 á 6 P.M. sobreviene la calma y empieza de nuevo á las 7 de la noche á rolar por todos los cuadrantes sin que se pueda precisar uno fijo durante esta revolución hasta las 9 P.M. en que los altos cerros situados al Este derraman el conocido terral sobre la población. Sucede á menudo que á medianoche vuelven á variar los vientos recorriendo el primer cuadrante, pero siempre se afirman antes de amanecer al Norte ó al Este.
No podía ser de otra manera; los alemanes residentes en Iquique, tradicionalistas y caritativos por excelencia, condolíendose de los cataclismos y demás desgracias con que la naturaleza perseguía á esta comarca, se unieron para formar una Compañía de Voluntarios Bomberos, y llevaron á cabo su propósito bajo los auspicios de la antigua casa mercantil aquí residente, conocida por Juan Gildemesiter y Cº» (Filgueira 1888: 36).