Pocos años atrás, cuando Katrin había regresado a Chile con su hijo Guglielmo, que entonces tenía trece años, yendo a Iquique con su hermana, su cuñado, y la sobrina Asunción de doce años, visitaron esta oficina salitrera. Fue una experiencia impresionante.
Aquel día ya en plena tarde, no había otros visitantes, la salitrera parecía una verdadera ciudad fantasma. Los guardias les avisaron que a las dieciocho y treinta tenían que cerrar, por lo que ellos no habrían tenido más que una hora para visitarla.
Caminaron por las callejuelas desiertas, entraron en algunas de las casas abandonadas; todo era tan desolado que daba escalofríos. Vieron sólo un gato que a lo lejos cruzaba la calle, cambiaron de dirección, ya que todo era demasiado tétrico, y como si fuese poco, el felino era completamente negro.
Visitaron la iglesia y aprovecharon de decir una oración por todas las personas que allí habían fallecido.
No muy lejos un extraño cementerio llamó la atención de todos; cada tumba tenía un pequeño recinto de madera en deterioradas condiciones. De repente apareció delante de ellos un hombre vestido de guardia. Pensando que ya era hora de cerrar, le preguntaron si debían irse, pero él respondió que no había problema…se podía entrar hasta las dieciocho y treinta pero no había horario de salida. A ellos les pareció extraño porque cuando adquirieron el boleto, fueron advertidos de lo contrario, al final se confiaron e incluso se ofreció para acompañarlos y servirles de guía.
Les mostró la carnicería, la panadería. Lo extraño era que contaba todo en tiempo presente, daba la impresión que él estuviese viendo a las personas mientras trabajaban, todo lo explicaba con pelos y señales, tanto que parecía estar viviendo las escenas y la ciudad tomaba vida en la imaginación de los cinco visitantes.
Cuando llegaron a la piscina, el guardia contaba de quienes allí se bañaban y de las personas que se habían ahogado; también comentó de las veces que tuvo que lanzarse al agua para rescatar a otras tantas, siempre hablando en tiempo presente, como si todo aquello hubiese sucedido recientemente; lo mismo se repitió cuando visitaron el Club Social completamente vacío. Describió toda la decoración, dónde estaba el bar, la boletería, las sillas, las mesas…la narración del hombre era tan fidedigna que parecía escucharse la música, los aplausos y el vocerío, igual como cuando la sala había estado repleta de gente y no abandonada.
Visitaron la escuela, donde se tomaron junto al guardia algunas fotografías. El tiempo pasaba rápido, atardecía, pero ellos estaban tranquilos porque siendo acompañados por el guardia, pensaban que no se quedarían encerrados.
El extraño personaje dijo que su nombre completo era Javier Guzmán y que era el cuidador de la oficina salitrera.
Alejandro, la esposa y la sobrina lo saludaron y se encaminaron hacia la salida. En cambio Katrin y Guglielmo se quedaron otro poco. Recorrieron una calle que parecía no terminan nunca, Javier los quería llevar a un lugar más lejos, pero se había hecho tarde y se estaba poniendo oscuro.
A Katrin la calle no le gustó, parecía prolongarse hasta el infinito y decidió con Guglielmo, quien estaba siempre a su lado porque tenía miedo, que ya era hora de devolverse.
-¡Gracias Don Javier por su compañía, ha sido un placer!-Se despidió Katrin.
Cuando le tendió la mano con diez dólares de propina, la diestra del hombre era fría, muy fría. Él agradeció el estímulo que había recibido. Cuando se dieron vuelta para decirle adiós, ya no estaba. ¡En un breve instante se había desvanecido! Entonces afanadamente se pusieron a correr. Estaba oscuro y a la entrada encontraron a los guardias. Éstos estaban muy molestos porque se habían retrasado más de una hora. Se justificaron diciendo que el cuidador de la salitrera les había dado permiso otro poco.
Ambos se miraron y dijeron:
-¡Aquí estamos solamente nosotros, allá dentro no hay otro guardia!…
Pidieron disculpas, guardaron silencio y se miraron sorprendidos. Ya se había hecho de noche.
A la salida había un pequeño kiosko muy pintoresco y del que los cinco se sintieron atraídos. Se acercaron, estaba iluminado por varias lámparas de aceite, de las que se usaban en los interiores de las minas por lo que la luz era muy tenue. Habían viejos objetos provenientes de la salitrera, así les dijo una misteriosa anciana que estaba sentada dentro del kiosko.
Katrin, curiosa tomó un viejo y delgado libro, muy arruinado: era la historia de al oficina con algunas fotografías de la época cuando estaba trabajando, entre las cuales estaba la piscina y donde le pareció reconocer al misterioso cuidador.
No había necesidad de explicar nada, los cinco habían comprendido perfectamente la increíble aventura que habían vivido.
Siendo parte de una experiencia única que jamás podrán olvidar: habían visto y conversado con el guardián de la Oficina Salitrera Humberstone, quien se había quedado para siempre a cuidarla, lugar donde había vivido y trabajado toda su vida, venciendo el tiempo y el olvido.
Versión de Karin Gelten L.
En: Juan García Ro (2015). Leyendas del Norte Profundo (p. 32-38). Vallenar: Ediciones Mediodía en Punto.