En el Norte Grande primero fue el ferrocarril inglés y luego el del Estado. El primero, desde fines del siglo XIX, unió oficinas salitreras y conectó al puerto de Iquique con Pisagua, por sólo nombrar uno. Reemplazó a las viejas carretas tiradas por mulas que atravesaban el desierto. El segundo se dio la titánica tarea de unir al país de extremo a extremo. Contribuyó a la idea de construir una nación, sobre todo en territorios arrebatado a Perú y a Bolivia. El tren fue a su modo, un instrumento de chilenización.
Decenas de oficios: maquinistas, caldereros, fogoneros y cuadrillas de hombres que en pleno desierto sembraban durmientes y sobre estos, la línea férrea. Llegaban a casa y leían En Viaje, y antes que esa, devoraban la revista Estadio.
Para llegar a Santiago, salíamos de Iquique el lunes por la mañana. En La Calera se hacía un transbordo regido por la ley de la selva. Viaje de tres días y dos noches y a veces más. Hernán Rivera Letelier lo describe muy bien en su novela Los trenes se van al purgatorio.
Los ferroviarios crearon decenas de clubes deportivos a lo largo y ancho del país. En el ferrocarril inglés se formó el Maestranza FBC. Pero sus colores eran blanco y negro, era la excepción de los cuadros ferroviarios que siempre vistieron de amarillo con negro, por ejemplo Peñarol de Montevideo. El ferrocarril del Estado en Iquique, se instaló sobre lo que fue el inglés. Crearon su propio club deportivo, el Iquitados. Cuando cerró sus puertas el ferrocarril en la década de los 70, este club desapareció. No así el Maestranza que se reinventó. El año 2005 celebró sus cien años.
El Longitudinal fue rápidamente reducido al nombre de Longino. Muchos piensan que esa abreviatura tiene que con la marca del famoso reloj. Nada más alejado de la realidad. Nuestro Longino jamás llegó a la hora. Los trenes fueron además inspiraciones no sólo para poetas, sino que también para cantantes. “Llorando en el Andén, es tal vez la más conocida, además que está situada en el andén un lugar marcado por la llegada y la despedida. La canta Marisa. Penélope de Serrat inmortalizó la espera. Jairo, resume la desaparición de este medio de transporte por ser pocos viables: “Mi abuelo, mi padre y yo/ Los tres fuimos ferroviarios/ Pero pararon los trenes/ Porque eran deficitarios”. Por lo mismo decide robarse una locomotora: “Qué es lo que hace un ferroviario/ cuando le quitan el tren/ primero se vuelven locos/ Después empiezan a beber”.
A fines de la década de los 70, se produce un proceso de desmantelamiento de líneas férreas, la mayoría en forma ilegal. Los durmientes se transformaron en madera apetecida. Eran de pino oregon. Muchas locomotoras desaparecieron.
La cultura ferroviaria aun se deja sentir a través de sus organizaciones de jubilados. En sus paredes cuelgan las fotografías de viejos trenes, de obreros agrupados en sus talleres. Otra huella de su presencia en las poblaciones que crearon. En Iquique, está El Riel, qué bajo la modalidad de cooperativa, se hicieron un hogar. Aun es posible observar, de tarde, un “tiznado” comprando el pan de la mañana. Uno de ellos me comenta cuando cerraron el ferrocarril: “mataron parte importante del alma de Chile”.